martes, 28 de junio de 2016

Et in Blcania ego



 

…Omnia Romae / cum pretio















En los dos siglos que transcurren desde la incursión de Scribonius Curio y la llegada de Trajano - fronteras entre el viejo y el nuevo mundo -, los intentos de Roma de cruzar el Danubio, han sido parados en las orillas por los geto-dacios. Lo único que han conseguido las tropas romanas en este tiempo, persiguiendo a Mitrídates, el escurridizo rey del Ponto, ha sido acercarse por el sureste, desde Moesia, a Dobrudja, ocupando algunas ciudades como Callatis, Tomis e Histria. Mientras tanto, Burebista – el origen de los fracasos romanos - consolidaba su poderío en el noroeste de los Cárpatos hasta Bohemia y llevaba las fronteras del reino al sur de los Balcanes, en Apolonia, y desde allí, por las costas del mar Negro, hacia la desembocadura del Bug, en Olbia. Y para que la sorpresa de los romanos fuera mayor, Burebista invadía frecuentemente las provincias de Moesia e Iliria, haciéndose con importantes botines y saliendo siempre inmune.



Estamos - por no perder de vista el calendario - justo después de la actuación del general Scribonius Curio, en los años 80 a.C., y nos detendremos en  96 d.C.; intervalo marcado por acontecimientos de relevancia singular. Tanto en Roma, con consecuencias en todo el imperio, como en el sureste europeo, en las orillas pónticas y en la geografía danubiana. Un mundo revuelto que no sabía cómo acabar un siglo para empezar al otro.     

En Roma, entre muchos eventos y bajo la agonía de la republica, se suceden doce emperadores, dos triunviratos, tres guerras civiles, cuatro conspiraciones en la cúpula política y doce asesinatos o suicidios inducidos: Craso (53), Pompeyo (48), César (44), Cicerón (43) Bruto (42), y Marco Antonio (31). Luego, en la nueva era, Calígula (41 d.C.), Claudio (54), Nerón (68), Galba (69), Otón (69) y Domiciano (96).

Sin contar el reguero de muertos dejados por Nerón que, en menos de diez años, sobrepasan los signos del zodiaco, empezando con Británico (55) y culminando con un matricidio – Agripina (59) y un deicidio, en la persona sacra de Séneca (65). Sin olvidar a los perecidos en los seis días del incendio que había arrasado Roma (64). Desgracia que, injustamente, se le atribuye.

Desatadas después del asesinado de César, las intrigas, la codicia, el despilfarro del dinero público, el tráfico de influencia, la depravación y la corrupción se han apoderado de Roma, donde los cónsules se asumían hasta el derecho de escrutar el cielo y observar el vuelo de los pájaros para así emitir sus abusivos e insensatos decretos, con repercusiones nefastas en toda la extensión del imperio.

Entre los asesinos de la patria, el más ruin y corrupto, artífice del inviable segundo triunvirato, ha sido el innoble Marco Antonio, cuya conducta, acciones y maniobras han desencadenado un sinfín de desgracias en las familias imperiales y en la clase política, muchos regateando cargos en las provincias para ponerse a salvo.         

Los detractores han encontrado muchos motivos para culparle. Desde la intención de trasladar la capital a otro sitio, hasta la búsqueda de un estímulo emocional para cantar la caída de Troya. Lo único cierto es que de los catorce distritos de la ciudad, solamente cuatro se han salvado, tres se han convertido en cenizas y los siete restantes han sido seriamente afectados.

            Plinio el Viejo y Fabio Rusticus están entre los acusadores, mientras Marcial y Flavio Josefa lo descartan. Tácito narra las dos hipótesis, deplorando, como Séneca, la fragilidad de las casas construidas sin ninguna regla y las calles estrechas y torcidas. A excepción de las mansiones de los nobles y ricos, de los templos y edificios públicos, el millón de habitantes vivía en un conjunto de barrios indefensos.

            Vuelto de Antium, donde se había refugiado por el calor de julio, Nerón ha reconstruido gran parte de la ciudad, abriendo calles más anchas, pórticos de protección, terrazas y más fuentes, limitando las alturas de la casa y ofreciendo ayudas para edificar en piedra y no en madera.

            Los barcos que subían el Tíber con trigo, cargaban los cascotes hasta las marismas de Ostia.

            Aunque la leyenda negra persiste, Roma se ha transformado bajo Nerón en una metrópoli nueva, muchos de sus proyectos siendo continuados durante Vespasiano.

Las catorce desgarradoras Filípicas, pronunciadas con hombría suicida por Cicerón en el Senado, donde había caído César atravesado por veintitrés puñaladas, dan la medida exacta de la decadencia moral y económica del imperio, que no llegará jamás a lo que hubiera podido ser y no lo ha sido, debido a las convulsiones internas como las provocadas por Marco Antonio.

Como otrora el gran Demóstenes, Cicerón recurre a medios específicos de la retórica – introducción directa, argumentación, polémica, apóstrofes, etc., y psicología – indignación, ironía, sarcasmo, menosprecio -, logrando sus mejores discursos políticos y, a la vez, los documentos más estremecedores y fidedignos sobre aquella época.

La insolencia de Antonio la conocéis – le oímos en la tercera invectiva -, conocéis a sus amigos y asimismo su casa. Su casa que acoge solamente desenfrenados, alborotadores, truhanes, deshonestos, payasos, alevosos, borrachos; su casa es la miseria suprema y la suprema sinvergüenza. Si este es el último destino de la república (¡Qué los dioses aparten la desventura que le cuelga encima!), es mejor que perezcamos con dignidad, en vez de servirla humillados.

Digno, sereno, conciliado consigo mismo – moriré en la patria que la he salvado tantas veces -, en camino de regreso desde Tusculum, el 7 de diciembre de 43, al ver acerarse la escuadra de asesinos, Cicerón pide a sus eslavos que no le defiendan y depongan la litera al suelo. Luego, saca la cabeza, haciendo de su propio cuerpo de cadalso. De este modo – cuenta Tito Livio -, la cabeza (¡de Cicerón!) ha sido llevada a Antonio y, por sus órdenes, ha sido colocada entre las dos manos (¡también cortadas!) sobre la tribuna de donde había sido escuchado con admiración. (…) Alzando los ojos, la gente apenas podría mirar, por entre lágrimas, los miembros descuartizados de un tan gran ciudadano.

No menos mordaz, con la concisión proverbial de su estilo, se muestra Salustius, quien después de la muerte de César, su protector constante, se retira de la vida política. El representante político de los “populares” es el primero que revela las contradicciones internas del imperio e incrimina la venalidad de la aristocracia que había provocado y alargado la guerra contra el rey de Numidia. Provincia donde, por cierto, como gobernador, Salustius había amasado, mediante sus exacciones, una inmensa fortuna. Aún así, en La guerra de Yugurta, su voz se acerca a la de Cicerón: Y ¿quiénes son, ruego mis excusas, los que se hayan hecho dueños de la república? Unos miserables con las manos manchados de sangre, gente de codicia salvaje, la más peligrosa y soberbia, que ha subastado la fe, el deber, la devoción, la honra y la deshonra.

Voces… Que no podrán parar el declive económico ni impedirán la decadencia moral: al final de la república, desde los 300 senadores se llegará a 900. Y en tan sólo 50 años, en la nueva era – entre los años 235 - 284, cuando la anarquía militar – Roma cambiará 25 emperadores, de los cuales 22 serán asesinados. Aún así, en el año 259, la codiciada Silla del Águila será “subastada” por 18 pretendientes…   

Con datos y documentos como estos – y hay muchísimos, igual de ilustrativos -, al Barón de La Brède no le ha sido difícil escribir sus Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y su decadencia. Datos y documentos útiles también para comprender mejor los acontecimientos surgidos en los dos siglos – vertientes de los dos mundos - en el sureste europeo y, sobre todo, en Dacia. El único estado capaz, en aquel entonces, bajo Burebista, de enfrentarse a Roma y hacer cambiar, al menos, el futuro de los Balcanes antes de que los confines de sus horizontes se perdieran bajo el celaje de las turbulencias traídas por el sinfín de los males imperiales. Enfermedades sin remedio, a pesar de la exacta y rigurosa anamnesia establecida por Juvenal: …Toda Roma / tiene su precio.

Madrid, 2005

………………………….

© Darie Novăceanu – Et in Balcania ego - 2016