viernes, 24 de junio de 2016

Et in Balcania ego



   

 
Crucea de pe Caraiman
Morir para seguir viviendo

Desde Zalmoxis hasta Burebista el reloj había marcado más de medio milenio; tiempo el cual por sus caminos han ido muchos discípulos, trayendo conocimientos nuevos, de más contenidos. Entre ellos, el gran sacerdote Deceneo, guía espiritual de Burebista. Virrey que, a la muerte de éste, llegará a la dignidad suprema en el estado.
Estrabón, como siempre, es el primero en señalarlo: “Burebista ha colaborado con Deceneo, un mago que había viajado por Egipto, aprendiendo ciertos signos de predicción para adivinar la voluntad de los dioses. En breve tiempo se le ha reconocido la gracia divina, tal como he dicho de Zalmoxis.”(Geografía)
Retrato al que el historiador godo Jordanes añade más pormenores: “El gran sacerdote Deceno los ha instruido [a los dacios] en todos los dominios de la filosofía, los ha enseñado la moral (…) la física y la lógica, llegando a ser superiores a todos los bárbaros, casi iguales a los griegos. Los ha demostrado la teoría de los doce signos del Zodiaco, el movimiento de los planetas (…), la Luna en creciente y en menguante y los ha explicado los nombres de las 346 estrellas en su camino desde el levante al ocaso, para acercarse o alejarse del polo celeste.” (La historia y el origen de los getas)
Este mismo autor, nacido en Moesia, habla de una categoría de sabios llamados polistai, iniciados en astronomía, filosofía y medicina, que llevaban una vida muy mesurada, de meditación; abstemios, celibatarios y vegetarianos, que impartían sus conocimientos al pueblo, al lado de los sacerdotes.
Causa sorpresa al descubrir que el historiador judío cristianizado Josefo Flavius (Jerusalén, 37 – Roma, 100) tenía noticias sobre de estos anacoretas, muchos antes de Jordanes. Así, al describir las costumbres de los esenios - secta judía de Palestina – que “rechazaban los placeres por considerarlos un mal y estimaban la continencia y el dominio de las pasiones como una virtud”, añadiendo que “la vida de éstos se parece mucho con la de los polistai de los dacios”. (Antigüedades judías).    
 Desconocemos las fuentes de Josefo Flavius, autor, entre otras obras, del tratado Peri autokratoris legisimu, el primer texto de filosofía que tenemos en rumano. Historia que merece ser contada: en 1664, en Constantinopla, al terminar la versión rumana del Antiguo Testamento, según la edición griega Setpuaginta (Frankfurt del Main, 1597), Nicolae Milescu ha encontrado esta obra encuadernada al final del volumen, sin el nombre del autor, ni otra mención explicativa, optando por conservarla así, anónima, bajo el título Tratado sobre el razonamiento dominante

De este modo, todo lo que sabemos de lo que sabían los dacios sobre la ciencia del cielo y sus aplicaciones en la tierra, lo debemos a los autores antiguos; pocos, sin muchos conocimientos de esta índole y sin interés especial en la materia.
Los caminos por donde hemos recibido más conocimientos científicos y humanistas – también por donde el mundo se ha enterado de nuestra presencia en la historia – han sido abiertos por las colonias pónticas, que funcionarán durante mucho tiempo como verdaderas estaciones receptoras y transmisoras de bienes materiales y culturales. Con una marcada diferencia respecto al compás del tiempo: las distancias físicas, las mismas, han sido más cortas en llegadas y mucho más larga en las salidas.
Saqueadas por los persas, conquistadas por los macedonios y, al final, por los romanos, estas placas giratorias han resucitado cada vez, conociendo un desarrollo económico y cultural muy activo; ciudades o municipios donde la vida intelectual y artística ha tenido sus propias personalidades, gente nacida en estos lugares, cuyas obras se han perdido o han sido integradas en el patrimonio espiritual mediterráneo. Cuando no, reproducidas sin mención alguna, por autores que han disfrutado de fama universal.

Rastrear la historia y la cultura de un pueblo desde la arqueología y antropología es mucho más fácil que desde la lingüística, puesto que la escritura llega más tarde, suponiendo no solamente un alfabeto, sino un idioma bien definido, unitario y accesible para toda la gente de una comunidad. Medio de expresión que a los dacios, como a los demás pueblos vecinos, les ha faltado; el soporte único, para conservar e impartir conocimientos propios y ajenos, ha sido la memoria y el idioma hablado.
Que entre ellos, algunos conocían el griego o el latín no es un dato suficiente para hablar de un desarrollo significativo de la cultura daco-romana de lengua latina, como habitualmente se sigue haciendo, sin añadir lo más importante: no escrita.
Que los geto-dacios habrían enviado a Trajano una carta escrita sobre el sombrero de un hongo, identificado en el mármol de la Columna, no es un argumento a favor: Decébalo tenía muchos prisioneros romanos y cualquiera hubiera podido hacer de escribano. Además, ni los autores del cuento se acuerdan bien el texto. Si fuera verdad, hubieran preparado un “papel” mejor, con la corteza de un árbol o la piel de un animal, que sabían curtir con sal, salvado de trigo y hasta con hojas de emborrachacabras.
Aún así, no excluimos la escritura, privilegio de pocos entendidos, de entre los que vivían en las ex colonias griegas, en los últimos siglos del mundo antiguo o más tarde, cuando los dacios, vencidos definitivamente por los romanos, dentro del proceso de la etnogénesis, habían adoptado el latín, olvidando la voz y las voces maternas.
Proceso consumado en poco tiempo por empezar antes que la colonización que, por metódica e intransigente, no ha dejado tras de sí edificios dignos de la grandeza y el esplendor imperial, sino tan sólo un muestrario de fracasos silenciados.
Sin entrar en el tema, la brevedad y la intensidad de la romanización de los dacios ha sido facilitada por producirse dentro de un estado unitario, y por la voluntad misma del pueblo, consciente de que esta era la única opción para sobrevivir.

 Desde siempre, el mundo occidental ha desatendido el espacio este europeo, asimilando sus valores y tratando de imponerle a los suyos, sin discriminar. Ayer como hoy, por encima de Bizancio, cuyo espíritu ha desembocado, sin nombre, en la geografía del Humanismo y del Renacimiento. No negamos las luces originales de las dos corrientes universales, evocamos a los que les han dado la primera luz. 
 Como Heráclides Póntico, el único nombre recordado por las enciclopedias, en tan sólo dos líneas y dos equivocaciones: nacido, dicen, “en Heraclea del Ponto (siglo IV a.C.), astrónomo, filósofo e historiador griego, discípulo de Platón”. En realidad, Heracleides Lembos había nacido en Callatis (hoy Mangalia), dos siglos más tarde, autor de La vida de Arquímedes (287-212), elaborada según las enseñanzas de Satyros, comarcano suyo, creador del género biográfico. Si es que se trata de la misma persona, no hubiera podido escribir sobre el  sabio siracusano un siglo antes de su nacimiento. 
            Dos factores básicos, uno físico (el territorio) y otro psíquico (la actitud de sus habitantes), determinantes para el nacimiento del idioma rumano. Conjugación y fusión.
           Conjugación entre vencidos y vencedores. Entre los dacios que habían luchado bajo Decébalo y los colonos traídos por Trajano. Fusión entre los descendientes de las dos partes. Nombres y apellidos. El regreso desde la supervivencia a la convivencia y desde allí, a la vivencia. Morir para seguir viviendo  
            El primero lo demuestra la unidad de la lengua rumana, la misma en toda la geografía del país, los dialectos siendo fenómenos derivados en los lindes de las tierras cercanas. Manifestaciones que les han servido a los lingüistas como Meyer Lübke para formular una hipótesis aceptada por todos: las fronteras dialectales coinciden en algunos países con los antiguos confines de éstos. También para Sextil Puşcariu que dice lo mismo, más profundo y en menos palabras: la lengua se aprende, la sangre se hereda.
El segundo factor tiene una ilustración muy sugerente en la onomástica, evidenciada por Vasile Pârvan, quien rescata de las tumbas inscripciones de padres con nombres dacios e hijos con nombres romanos. Lo que no significa que la romanización se haya cumplido en un solo cambio generacional, pero revela que el transplante del latín había superado la barrera crítica del rechazo. Incluso en el caso de los dacios libres refugiados en el norte del país. Desde donde, ellos solos, o aliados con las tribus germánicas vecinas, se sublevarán en más de una ocasión contra los colonizadores.
En este sentido, andan equivocados -¡y son muchos!- los que, al hablar de romanización y de colonización, las tratan como si fueran un solo proceso. No: son dos, que se suponen y ayudan entre sí, sin arribar al mismo puerto. A través de las  colonias griegas o, desde las provincias romanas de los Balcanes, la lengua latina había llegado a Dacia mucho antes que las tropas imperiales. Un vocabulario usual, con palabras que denominaban bienes y objetos específicos de la civilización romana, en la cual los dacios han reconocido un nivel de vida superior. Voces que después de la conquista han reencontrado en la gramática su sitio exacto, como los elementos en la tabla periódica de Mendeléiev. Por ello, tal vez, en lugar de romanización, el término adecuado sería el de latinización, ahorrador de muchas confusiones etimológicas e incluso históricas. El latín de los dacios no era el que se oía en Roma, ni en el Senado ni en las calles, sino en los campos de batalla; el latín vulgar, de la gente común y de los cuarteles militares, donde la mayoría de las tropas la formaban los soldados de los pueblos sometidos por el imperio. ¿Qué latín hablaban los sirios integrados en el cuerpo de arqueros – surorum sagittarorium – o los jinetes llamados por Trajano desde su Bética natal para formar la Cohors Hispanorum, cuya estatura no sobrepasaba en mucho a la de los caballos? Y ¿qué idioma usaban los ilirios-celtas – pirustae -  traídos para las minas transilvanas? Un lenguaje chapucero, restringido a la vida diaria. Soldados que, después de 25 años de servicio militar, eran una carga para el imperio. Desmovilizados, se deshacía de ellos con un palmo de la tierra conquistada para dejarlos vivir en condición de veteranus, como en una residencia de ancianos, o sea, bǎtrâni.  


En lo que atañe la colonización, podríamos decir que ésta termina sin acabar. Porque, a diferencia de las demás provincias vecinas, territorios extensos habitados por poblaciones desunidas, Dacia estaba mejor organizada, étnicamente homogénea, con estructuras sociales y económicas definidas; una nación rica, con tradiciones históricas, su religión y su cultura bien asentadas. La conquista de las primeras – Dalmacia, Tracia, Moesia o Panonia – no ha supuesto mucho tiempo ni un gran esfuerzo militar. Lo que no ha sido posible en el caso de los geto-dacios que, además de resistir y defenderse, habían puesto en serios apuros el vuelo del águila imperial. El espíritu protector de Sarmizegetusa seguía vigente; rescoldo que se avivaba a cada nuevo aleteo.
Madrid, 2005
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© Darie Novăceanu – Et in Balcania ego - 2016