viernes, 9 de enero de 2015



 Sărbătorile poeziei




Tudor George (1926-1994)

Estudios de Derecho. Poeta, pintor, deportista y bohemio convencido.
Trovador de una civilización moderna, gran sonetista y autor de baladas.
Predomina en su obra lo concreto y ejerce también lo barroco dentro
de un marco retórico. Amigo de todo el mundo, generoso, viviendo
simpre en condiciones muy precarias. Traductor de poetas italianos del
Renacimiento. Con su muerte se apaga toda una historia de la bohemia literaria.
Obra. Poesía: Baladas; El árbol desencadenado; El país de las migrañas;
Los sonetos del aire; La coraza del sudor; El bazar de las máscaras;
El perfume del tiempo; Himnos olímpicos; Bajo el signo de Hércules.

La metáfora petrificada

En aquel entonces me hacía falta la mirada
del conocido ojo del lago azul,
para alumbrarme suavemente los recuerdos,
pero ese ojo se ha convertido en piedra.

Me hacía falta una flor en aquel entonces,
frágil escudo para mi pecho,
la hubiera nutrido con fuego y sangre,
pero esa flor se ha convertido en piedra.

En aquel entonces me hacía falta una pureza,
una llama para tener que besar,
sobre todo, me hacías falta tú,
metáfora que te has convertido en piedra.



El diálogo con la bella

Constantemente tengo mi diálogo con la muerte:
yo le hago su parte, ella hace las mías.

Me dice que en este mundo hay flores especialmente
para mí en todos los senderos
para ponerme un nimbo como de arcoiris
sobre mi frente y sobre mi cielo.

Yo le digo que me circundan siempre
jardines de llamas, murallas de fuego
y que las hoces y las guadañas
se doblan sobre mí con mucha ira…

Me dice que yo soy «el principio»,
la espesa «esencia»
de la vida en la que he de creer,
que soy la Razón, la semilla pura
de los mundos que giran a mi alrededor.

Yo le digo –como si no se lo dijera–
que soy y no soy, como las burbujas de jabón,
efímeras y de vanas chispas,
como el desabrido musgo en sus fronteras,
que incluso ella, tan descolorida, es como si no fuera…

De este modo sostengo mi diálogo con la muerte,
como si fuera un juego
entre un ciego y un cojo bien atados juntos,
hermanos y desconocidos a la vez,
adversarios que comparten una inquietud insulsa,
arrastrándose sin sentido sobre la tierra,
a trancas y barrancas, cada cual
con un tornillo menos,
como todo lo que existe en este mundo,
está
y no está.

La sombra

Se ha diluído bajo sombras
mi sombra de aquel entonces,
la que era como una llama nocturna,
y me seguía sin dejarme en paz,
me abrazaba como un parral,
o arrastrándose muchas veces a cuatro patas.

Un mástil soñaba yo para la Carabela Loca,
mientras me estrangulaban los calambres sin fin,
me azotaba con sus besos la hoja verde
y sentía madurar en el tronco los racimos.

He caído seducido
por el ataque lento,
envuelto
como un lagarto hipnótico
«de ojo cristalino»
echado a las aguas del sueño.

Definitivamente vencido,
victima de aquellas arpías,
me había abrazado la sombra
como una fiel serpiente.

Nuestro París

Es muy tarde ya
para viajar a París,
cuando toda una vida lo habías soñado
de otro modo:
ni la ciudad es la Ciudad,
ni tu sueño es el Sueño
que no cuaja.

Pero yo he vivido mi París,
aquella ciudad,
mí París,
mi Montmartre,
el libresco.
A las orillas del Sena
me voy a quitar el sombrero:
–Te saludo, mi París,
el de mis recuerdos.

Un anticuario vetusto me va a susurrar
la amable palabra, en los oídos,
la de nuestro tiempo parisiense,
y me regalará un viejo libro.
Y lo voy a leer,
concretado mi sueño
en Pière-Lachaise,
sobre un banco…
¡Ah, mi París!
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© Darie Novãceanu - 2015