domingo, 4 de enero de 2015




Sărbătorile poeziei
 

Adrian Păunescu (1943- 2010)






Estudios de Filología en la Universidad de Bucarest. Publica sus primeros
poemas a los 17 años, sorprendiendo con su espontaneidad y el aluvión
de imágenes de su poesía. Siempre dentro de una preceptiva clásica,
logra poemas de gran musicalidad y se convierte muy pronto en el
“poeta de la calle”. Alterna la poesía con el periodismo y funda un taller
literario y musical, recorriendo pueblos y ciudades por todo el país consus espectáculos muy populares. Siguiendo la línea tradicional de
una lirica patriótica, es autor de un sinnúmero de poemas de alabanza al
“conducator” Ceausescu, gozando algunos años de todos los favores
del poder. Sincero en su decir es a veces incómodo y polémico, su poesía
ha tenido siempre detractores y grandes defensores. Acostumbrado
a todo, nadie le puede negar su valor de poeta auténtico.
Obra. Poesía: Ultrasentimientos; La fuente sonámbula; Los primeros
corderos; La historia de un segundo; La vida de excepción; El deber
repetido; La tierra, por ahora; Poesía hasta hoy; Manifiesto por la salud
de la tierra; Amaos sobre cañones; La reserva de los bisontes; Sin
embargo, el amor; Poemas prohibidos.

Los fértiles silencios

Cuando se han callado los cañones
hemos podido oír
el roncar de los artilleros.

Cuando se han callado las generaciones
hemos podido oír
las reivindicaciones de la etermidad.

Cuando se han callado las lluvias
hemos podido oír
a los contadores de agua, cobrando.

Cuando nos hemos callado nosotros
hemos podido oír
la hierba creciendo sobre los adversarios.

Cuando se han callado los enemigos
hemos podido oír
cómo chocábamos entre nosotros
cada cual en su ataúd.

Cuando se ha callado todo
hemos podido oír
los museos ahogados por tanta sangre
recordada.


Los caballos

Llegaron los caballos para hablarnos,
y no los escuchamos;
llegaron los caballos para arrodillarse, se arrodillaron
y no los hemos mirado;
jurando, sacrificaron sus potros pero tampoco entonces
los hemos creído;
llegaron los caballos desde las tumbas, llorando,
pero no los hemos creído;
bajaron desde las estatuas, nos hablaron
y no los hemos escuchado.
Los hemos encerrado en los establos
y en los hospitales para ellos.
Y durante una noche, su noche de San Bartolomé,
hemos llenado los corrales de sangre,
dándoles muerte.
¿De dónde hemos aprendido tan de prisa
a enterrar todos nuestros caballos
y quedarnos alegres como en la boda?
Llegaron los caballos para arrodillarse,
se arrodillaron, grandes y tristes,
mas nosotros sabiendo escribir ya,
los hemos contemplado con optimismo
y hemos firmado sobre ellos
con achas afiladas.

El silencio de la ciudad

Se me antoja incluso que vamos a vencer
este castillo de la muerte, aunque parezca
que todo era en vano, en vano el sudor;
y me fío de la nieve que está cayendo.
Nada nos interesó durante la marcha
hacia el gran castillo, dotados con clarines;
si es que todavía alguien está dentro
no faltarán oídos para nuestros gritos.
Envejecemos bajo el silencio de las murallas,
todos esperando siempre la victoria.
En lo demás, la batalla va muy bien.
Incluso una torre podría derrumbarse,
hemos gastado para ello tantas armas
que se caerá al menos por tanta vergüenza.

Perro de caza

Yo soy un perro de caza,
despierto la presa ladrando
por los valles nublados
por donde vosotros estáis pasando
con las escopetas preparadas,
vosotros, apenas nacidos, tiernos vosotros.

Sé todo lo que pasa y lo que pasará,
estoy viendo hasta vuestros sombreros,
saltarán los conejos, los jabalíes y los pájaros,
por los valles del mundo habrá un desastre.

Blancos, deportistas y de ojos azules,
llegáís de atrás, por entre nieblas y piedras,
callados o riendo a carcajadas,
mientras yo sigo ladrando.

He aquí que saltan los conejos, salen los jabalíes,
los osos se caen, las raposas son como llamas,
retumban las escopetas en su sangre,
siento piedad y me estremezco.

Y sé lo que vendrá: como por error,
una bala me matará por la espalda
y los cazadores jóvenes llorarán
encima del que ha sido perro de caza.

Yo soy un perro de caza.

Pobre autor de cuentos policiacos

Toda la semana
he lavado
vuestros vestidos ensangrentados.
Ahora, quisiera pedirles el favor
de concederme
un día para lavarme a mí mismo.

Me he hecho responsable
de la sangre
que han sacado las lavadoras
de vuestros vestidos.

Pero, al menos ahora,
cuando estáis vestidos
pulcramente,
permitidme
un día libre.

Mañana, otra vez
os hará falta
mi sencilla lavandería de sangre.

Dejadme libre el día
en que os encontréis
amistosamente
con los que vais a matar
mañana.

Sala de espera

Como una sala de espera,
así es mi corazón lleno de gente,
de equipajes y avisos apresurados
y no sé por qué precisamente
para los que están dentro de mi corazón
ya no llega ni un tren más
y ninguno se va.

Se ha podrido hasta la estación
abrazada por tanta madreselva rebelde,
se han oxidado los picaportes
y hasta las gafas del guardagujas
y el agua ha hecho crecer tan verde
el musgo sobre el brocal de la fuente.

Tal vez las cabras hambrientas
han comido hasta la vía del ferrocarril
y no han dejado
más que estos dos fieles durmientes,
estas dos pobres manos mías.

En el camino por donde ya no llega nadie,
en la vía ferrocarril donde no se oye
crújido alguno de ruedas,
mi corazón, sala de espera,
mi corazón es una sala de espera inútil.
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R. Darie Novăceanu - 2015