martes, 13 de enero de 2015




Sărbătorile poeziei



Ioan Alexandru (1942-1995)
Gran estudioso de las culturas y las religiones. Como casi todos los
poetas de Transilvania, su lírica se carcateriza por un singular tradicionalismo,
un “volver a las fuentes”. Estilo de gran sutileza y profundidad.
Germanista y arabista destacado. Autor de unos himnos a las provincias
de Rumanía de gran relevancia patriótica. Entró de lleno en la vida
política rumana después de 1989, siempre generoso, siempre abierto,
el agotamiento físico y un accidente cerebral lo inmoviliza desde hace
algunos años, sometido a un sufrimiento continuo.
Obra. Poesía: Cómo decírselo; El infierno discutible; La dunas del
vacío; Los himnos de la alegría; Los himnos de Transilvania; Los himnos
de Moldavia; La culpabilidad.

Mi hermana
Ninguno de vosotros, los de mi edad,
ninguno puede conocer a mi hermana mayor;
yo mismo no la conozco más que del sueño
y del olvido.

Durante un brumoso otoño, hace mucho,
mi hermana ha fallecido antes de nacer yo,
apresurando de este modo mi llegada al mundo,
en el lugar vacío dejado por ella.
Por esto soy más alto,
he crecido también por ella
y me he asomado más de prisa
a la edad de la duda.

Me preparo para el otoño en la primavera misma
y en el verano siento el frío hasta en los huesos.
Voy por el mundo con el vacío de mi hermana a cuestas
y cuando muera habré muerto desde mucho tiempo atrás.

Elegía
Se han puesto caros los caballos,
tal como se pone muy cara el agua en las nubes
durante los veranos de sequía.
Es que comen mucho y no dejan lugar
para que crezcan los grillos y el trigo.
En su galope desmedido, cuando despierta
la sangre de víbora dentro, ellos
destrozan la raíz de las hierbas bajos los cascos,
no dan leche más que para sus potrillos
y su relincho significa siempre otoño.
Tampoco pueden llevar en la labranza
más que un solo arado;
si el surco es profundo y dificil
y los castigamos a latigazos,
rompen los jaeces tan costosos,
de piel auténtica
y la piel es muy útil
para las botas de los soldados.
Además, no beben más que agua muy limpia,
y todos los niños sueñan con jinetes.
Tampoco se duermen en el suelo húmedo,
sin ser almohazados y nutridos a tiempo.
Cuando hay viento y están solos,
se quedan en tres patas
y se duermen soñando
como esfinges de piedra.
Por encima, son más que muchos
y hacen falta vacas de leche, vacas mansas,
las que se dejan ordeñar
tres veces al día.

De este modo se ha decidido
la perdición de los caballos.
Unas cacerías de crines por doquier,
arqueros que habían vivido desconocidos
se han sacado de los zaguanes
las antiguas flechas.

De sus colas se han fabricado brochas
y cojines para rezar en las catedrales;
de sus cascos se ha fabricado cola
para pegar carteles.
Hechos pedazos, sus cadáveres
han sido alimento exquisito para los cerdos.

Se han escrito bellas baladas sobre ellos,
cómo van ellos hacia los mataderos,
tan inocentes y tan flacos,
arreados por el girasol del ocaso.
Y hoy en día, el vacío atlético
que ha quedado en el aire,
después de esa gran matanza,
ese vacío es como un garrote.
Los sentimos sobre todo cuando la luna
nos hace levantar la cabeza desde la tierra.

El monumento
En el centro del pueblo
se halla el monumento de los héroes;
los que han caído en la primra gran guerra,
con sus nombres: Juan, Pedro, Jorge, Basilio,
otra vez Juan, Pedro y todos los demás;
y los que han caído en la segunda gran guerra,
con sus nombres: Juan, Pedro, Jorge, Basilio,
otra vez Juan, Pedro y todos los demás.
En el año cuarenta y cinco, los que habían padecido
(muchos de ellos ya no viven hoy),
al considerarse directamente responsables
por el destino de los caídos,
han pagado a un diestro tallador en piedra
y han erguido este monumento
en el centro del pueblo. (Sentían un alivio por ello.)
Desde entonces, cada año en el día de los héroes,
los hombres traen coronas de laurel
y las mujeres flores. Y lloran.
En los demás, sobre todo durante los domingos,
los viejos se reúnen allí para jugar a las cartas,
los niñas educan sus años…
En el más alto escalón, el presidente de la granja
da sus conferencias: estimados conciudadanos,
no podemos perder ni siquiera un grano.
En otras palabras, todo el mundo tiene presente
la presencia de los caídos,
como si no hubiesen muerto,
sino que están allí, en el centro del pueblo,
apenas vueltos del campo de batalla.

El portero
El gato está muy flaco por culpa del portero.
Puedes mirarlo, incluso en el sueño,
cómo lo obliga a comer su dieta,
el de la boina azul, el portero.
Lo deja vivir de ratones, le ordena cazarlos
y yo les aseguro que no existe ratón alguno.

Dos semanas de vigilancia,
con la oreja pegada al sótano,
escuché para sentir al menos un roce,
y no se oyó nada más que el roncar del portero.

En este casa de cemento, de tantas escobas,
trampas y sirvientas,
los ratones perdieron definitivamente la semilla.
El gato está cada vez más flaco;
el pelo erizado, encendido como un búho.
Lo miras: sus ojos como dos cebollas,
fantasma parduzco en mi calle.

Ten cuidado no se despierte
el tigre que lleva dentro:
¡Cómo crujen sus dientes locos
y sangran de noche bajo el Véspero!

Sólo el portero tiene la culpa.


La mariposa
Sobre la colina de nogales
–gigantes secos la mariposa negra
crecía dentro de nuestras almas.
Siento en la nuca sus alas de cuervo,
la veo como ennegrece el aire
de los llanos quemados
por la sequedad de los años de la guerra.
Bajo la mesa se pudría
un pedazo de cerdo con tocino parduzco
y una cebolla daba raíces en un rincón.
La mariposa negra en el aire, lívida,
sobre nuestra buena voluntad.
Cuántas veces la rueda de su vuelo
aplastaba un destino desconocido,
sus alas se tornaban de madera sonora
y del cielo caía una estrella cubriendo
con su piel los hornos crujientes.
Nos estaba buscando el hambre,
la voluntad, la vergüenza, la debilidad
y, sobre todo, el deseo de volar
tendidos de espaldas sobre las nieblas,
llevados por el ocaso
hacia el fin del mundo.
Me duermo otra vez,
me sumerjo en el pasado,
como dentro de un torbellino inmenso
en el cual el cielo y la tierra
se confunden con las leyes del polvo.
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R. Darie Novãceanu - 2015