miércoles, 24 de diciembre de 2014


.Sărbătorile poeziei


V.Voiculescu - Desen de Maria Pillat




Vasile Voiculescu (1884-1963)

Médico rural, vivió modestamente en pueblos remotos y desconocidos.

Hace suyo el universo campesino, redescubriendo en la cultura

popular, en las creencias y tradiciones, valores y virtudes olvidadas.

Escribe mucho y publica poco. Un cierto primitivismo acompaña su lírica

muy cuidadosa con el lenguaje. Sus sentimientos religiosos recuerdan

los de un cristiano del medioevo. Es el mayor introductor en la poesía

rumana de ángeles, obligados a cumplir labores y tareas muy

humanas. Además de poesía, escribe teatro y prosa, ésta última abrió,

tal vez, las primeras páginas de la narrativa mágica.

OBRA: Poesía: Poemas; El país del Uro; Poemas con ángeles; Destino;

Subida; Vislumbros; Los últimos sonetos imaginados por

Shakespeare, traducidos de modo imaginario por Vasile Voiculescu.

Narrativa: Cuentos; Zahei el ciego. Teatro: La hija del oso; La sombra;

El demiurgo.







Fragmento de fresco antiguo



El paraíso estaba muerto: reloj sin cuerda.

Leones lánguidos dormían junto a los corderos,

tigres y gacelas cabeceaban entre las flores,

el unicornio parecía hecho de tamos hilados,

los caballos de goma, los toros de pereza,

los perros habían dejado de ladrar

y bajo la espesa sombra dormía como una piedra

un mono feo –¿Adán?

Harto de este mundo inmóvil,

El Padre mismo languidecía soñando otro ser.

En su aburrimiento hizo una criatura esmaltada

de flores, de fresas, de manzanas,

estrambótica,

ardiente,

turbadora,

con garras de pétalos en las manos y en los pies,

con tierno y fresco olor a pecado.

Los leones han dejado de bostezar,

las fieras la han circundado todas de una vez,

los centauros se han acercado al galope para mirarla

y una bandada de ángeles ha bajado a toda prisa

para alabarla en sus canciones de plata.

Blanda, desnuda, sin vergüenza,

Eva sonreía a todos dulcemente,

y el corazón del paraíso empezaba por fin a latir.





Versos en el cuadro de un primitivo



Adán despierta: siente en las costillas un dulce dolor.

A su lado, la mujer le sonríe serenamente.

Y él, como en un sueño, se pregunta

Maravillado, qué es esto,

qué es esta blanca aparición desnuda

y para qué sirve.

Súbitamente las miradas eligen su blanco

y queda sin aliento por un instante.

Desde su casto ser siente brotar

la inocente llama de la tentación.



Eva, al sentir el flechazo dulce,

deja caer sobre la espalda

las ondas de su cabello

y lentamente pasea la sonrisa con gracia

sobre los senos, sobre las caderas,

sobre todo su cuerpo,

para saber qué misterios se abren…



Y he aquí que, defendiendo su pudor,

con manos frágiles,

más la muestra que la oculta.





El hechizo



El alma peregrina vuelve a su casa.

Carne, abre la puerta a tu peregrino dueño,

hazte sierva astuta, novia bella,

y como cántaro frío, lleno de frescuras,

lávale los pies empolvados por el sueño,

enjúgale con la loca flor del cabello,

aprésale con la dulce reprensión de tus brazos,

ábrele las blancas trampas de tu profundidad,

hazte su sombra, hazte su aire,

atráele con tus encantos y llévale hacia el pecado.

Acaríciale con tu pereza y pon en su camino

las maravillas de tus ardores.

Sepúltale en tu miel, la que yace desconocida

en la colmena de tus cinco sentidos.



Para que en tu dulce ataúd olvide su dolor,

para que no vuelva a huir jamás

tu demente dueño,

para que a su loco mundo no regrese más.

Dale carne hechizada y después, tú, carne,

vuélvete plomo y haz que se duerma.



Despedida



Cuando agitaste el pañuelo

cual bandera blanca en tus manos,

el crepúsculo se miraba en las aguas de la fuente;

al lado, flechado su corazón por el miedo,

en el instante de la despedida,

una tórtola gemía;

una granada verde, roída por los gusanos,

caía ahogada en la hierba soñolienta

y por el portal del anochecer,

hacia las sombras de la perdición,

tristemente salía,

alzándose cual una llaga,

sobre un billoso cielo gris,

el véspero del amor pálido y frío.

Inclinado sobre el brocal,

veía como en lo hondo el dolor

enturbiaba la profundidad, abrevándose,

transformando en sangre

el chispeante cristal de las aguas.

Veía morir el crepúsculo

y el véspero marchito.

Veía como partía sola hacia lo lejos,

tú, la sin piedad, llevando contigo,

en la blanca bandera de las manos,

para izarlos en otros horizontes

los pañuelos de la luz.

Y me dejabas, en el vacío de la fuente con dragón,

mirarme con sus ojos de oro la noche sin confines.

Mientras, pidiéndose perdón en la sombra,

se despedían, abrazándose, el amor y el olvido.

R. Traduceri de Darie Novaceanu







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