miércoles, 30 de abril de 2014



La Guerra Fría calienta cabezas
6. Desde los manantiales de Potsdam a la orillas de Malta

Las Cumbres de antaño


Los visigodos
Antes de llegar a la Cumbre de Malta, merece evocar aquí dos de las Cumbres de antaño, ilustrativas por intentar cambiar el tiempo sin alterar su fluir natural. Las dos – no las elegimos al azar – manan de la confluencia entre la barbarie y la civilización; tal como han sido considerados los mundos de otrora por los mundos de después. La primera se ha dado entre Valente, basileus del Imperio de Oriente – nacido en el actual Vinkovici, Croacia – y Athanarico - nacido en los palacios de hielo del Delta del Danubio - , rey de los visigodos asentados en las tierras que habrán de llamarse Dobrudja, en la ribera izquierda del río que acostumbraba cruzarle para saqueos y mas desastres.

No sabemos quien ha hecho el primer paso, pero es de suponer que Valente, por haber vencido al visigodo varias veces, arrinconándole en los valles estrechos del actual Buzău, sin el resultado deseado. La solución menos costosa, ha considerado el basileus, era un entendimiento. Negociar un pacto de no agresión con el bárbaro insumiso. Así, por el ano 369, bajando el Danubio hasta Noviodunum (hoy Isaccea), se  ha detenido en la mitad de las aguas y en la medianoche. El barco ha sido elección suya – los bárbaros no era buenos navegantes -, el lugar y la noche han sido condición de Athanarico, por estar cerca de casa y no dejar al descubierto sus tropas.

Bajo la luz muda de candilejos y velas de sebo – al agotarse el combustible, terminaban las conversaciones -, tras muchos regateos, los dos habían llegado a entenderse. Valente renunciaba a hostigamientos, incluso le permitía vivir en Tracia como súbdito y aliado del imperio. A su vez, Athanarico prometía asentarse pacíficamente en los dominios imperiales, sin armas y sin más pillajes.

Pacto respetado al principio por las dos partes, aunque difícil de hacerlo a continuación, puesto que Valente había impuesto condiciones a sabiendas que no podrán ser cumplidas. Y Athanarico las había aceptado por no tener alternativa. Su pueblo había aumentado mucho, escaseaba la comida, por encima habían llegado los hunos y no había pasto ni cereales para todos. Para sobrevivir, al menos una parte de la gente tenía que trasladarse a las tierras de los Balcanes.

Pero las exigencias del basileus estaban pensadas para aniquilar a los visigodos como pueblo. Sin armas – mejores que las imperiales – no podían defenderse y la entrega de los niños - llevados a ciudades lejanas, para educarse y acostumbrarse a la vida griego-romana - , los dejaba sin futuro.

Pero ¿qué pueblo, por bárbaro que sea, renuncia por voluntad propia a su existencia y permanencia? Athanarico no lo había hecho. Aguantando los comienzos, ha salvado la vida de un millón de visigodos - entre ellos, 200.000 eran guerreros -, que lo habían acompañado en el éxodo, resistiendo a las crueldades del virtuoso Valente, hallado en una situación más que embarazosa. En plena crisis económica, el imperio no podía respetar a rajatabla las condiciones pactadas, al no disponer de recursos y medios suficientes  para abastecer y dar cobijo a tanta gente. De hecho, ni lo había pensado así, su interés siendo el de sacar provecho de los recién llegados y no el de ayudarlos en sus precariedades. Por lo que, mas allá de lenta y corrupta, la burocracia de Constantinopla se dedicaba a recaudar los tributos, vigilar y castigar a los apenas asentados; sin tratar de conocer y resolver las dificultades que experimentaban. De ahí, los conflictos y las escaramuzas, cada vez mas numerosas y mas violentas. Tanto, que el duque Máximo, recaudador imperial y ejecutor del tratado, en vez de apaciguar las llamas, había acudido a las fuerzas militares, poniendo a las dos partes en pie de guerra.

Queda claro que Athanarico no ha querido esta batalla. Mismo San Jerónimo, Padre de la Iglesia, hallado en su Dalmacia natal, esclarece y motiva la violencia: Per avaritiam Maximi ducis ad rebellionem fame coacti sunt. Es decir: “[los visigodos], careciendo de víveres, se han rebelado a causa de la avaricia del duque Máximo”.

En tal situación, por sabiduría guerrera, Athanarico había optado por una batalla a campo abierto, cerca de Adrianópolis (el Edirne de hoy), donde el 9 de agosto de 378, sus ejércitos han salido invictos, dando muerte a los condes palatinos, a 35 tribunos  militares e – ¡imagínense! - 40 mil soldados. Valente mismo había perecido quemado en una casucha, el desastre siendo total. El arte de la diplomacia le había enseñado a Athanarico aplazar el tiempo para ganar el espacio. Mientras Valente amasaba riquezas, el rey visigodo fabricaba armas para quitárselas.

Tras la victoria, muchas tribus visigodas se han reunido bajo Athanarico, preparándose para asaltar Constantinopla y a Teodosio, el nuevo emperador, casi indefenso a causa de la derrota de Andrianópolis. Solamente que el rey bárbaro ha aplazado otra vez el tiempo, dejándole margen a Teodosio para  sopesar el peligro y esperando un entendimiento mejor que el establecido con Valente en la mitad de las aguas del Danubio. Un encuentro previo con Teodosio era imprescindible y, una vez cumplido, las adversidades se han esfumado.

Constantinopla - El acueducto de Valente

Parco en palabras y breve en regateos, Teodosio le ha ofrecido al rey bárbaro una visita a la ciudad, para conocer lo que se suponía que va a destruir. Y el milagro se ha producido.  Maravillado por la belleza de los edificios, por las calles y el sinnúmero de navíos e inexpugnables fortificaciones, Athanarico, con las palabras del historiador Jordanes, habrá de confesar su asombro: “Deus, inquit sine dubio terrenus est imperator et quisquis adversus eum manu monerit, ipse sui sanguinis reus existit.” Esto es: “El emperador es sin duda un Dios en la tierra y el que levanta la mano contra él, es responsable con su propia sangre.”

Athanarico no ha levantado su mano. Las tropas que se le habían quedado, más  las de otras tribus, se han alistado bajo las banderas del imperio, siendo tratadas por Teodosio exactamente como trataba a las suyas. Y el cronista godo Jordanes no pierde la ocasión para hablar de la barbarización de los ejércitos  romanos, como de un gran peligro y no de la civilización de los bárbaros visigodos. Que es como han evolucionado las cosas, el sometimiento voluntario de Athanarico sirviendo de ejemplo para otros pueblos bárbaros. Muchos pueblos bárbaros.

Las enciclopedias occidentales conservan hasta hoy el acontecimiento, pero lo están falsificando. “Llegados a Constantinopla, absolutamente desconcertados en sus arrabales, los visigodos han regresado a Tracia, territorio más propicio a su modo de vida nómada”. (Historia universal, 21 tomos. - El País, Madrid, 2004. Tomo 8, páginas 238-240). Lo que no es verdad. Fértil y discriminatoria, una dinastía de intelectuales – la que ahora se llama elite - ha inculcado en la mentalidad europea la opinión de que la barbarie y el vicio pertenecen al Oriente, mientras la civilización y la virtud son propiedad indivisa del Occidente.

Cuando la historia ha encontrado entre los bárbaros hechos que contradicen esta opinión, la dinastía ha trascrito solamente la parte a su favor y, en la mayoría de los casos, para que no se reconozca la mutilación, ha falsificado la otra parte.

Athanarico es un caso único en la historia de la humanidad; por encima y diferente a todos. Así lo insinúa Jorge Luís Borges, sin decir su nombre, hablando del lombardo Droctulft, recopilando los hechos de un libro de Benedetto Croce que, a su vez, los había recopilado del historiador Paul Diácono. Es que Borges leía mucho y escribía como Dios. Como cuando está narrando la reacción del guerrero lombardo en la toma de Ravena (por el año 751) y traiciona a los suyos para no traicionarse sí mismo.

Ravenna - Piazza del Popolo
Biografiando su juventud, transcurrida en los bosques, entre ciénagas y jabalíes, Borges lo trae “desde las márgenes del Danubio y Elba”,  frente a los muros de Ravenna, donde está viendo lo que no sabia que existe: “ve el día, el mármol, los cipreses. Ve un mundo múltiple, pero ordenado; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, templos, jardines, casas, iglesias, fuentes, capiteles y espacios libres bellamente ordenados”. (...) La ciudad le deslumbra (...) se da cuenta 

que vivirá como un perro o como un niño y que no llegará siquiera a conocerla [la ciudad], pero entiende que vale mucho mas que los dioses y la fe que les había jurado, mucho más que todas la ciénagas de Alemania. Droctulft abandona a los suyos y se pasa de parte de Ravenna. Fallece y en su tumba están grabadas las palabras que él no las hubiera entendido:

            Contempsit caros, dum nos Amat ille, parentes,

            Hanc patriam reputans, esse, Ravenna, suam”.

Ravenna es maravilla pura, llena de monumentos romanos, anfiteatro, acueducto de Trajano, iglesias y jardines como en los álbumes. Orgullosa por su pasado que ha sabido conservar y venerar. Capital del imperio de Occidente, encrucijada de tiempos y culturas. Aquí está la Iglesia San Apolinar Nuevo, donde he quedado asombrado como Droctulft, pero al revés, descubriendo en un esplendido mosaico a los “magos dacios”, que por alguna misteriosa razón habían llegado hasta Ravenna.  

Los tres reyes magos dacios

Aquí, en Ravenna, he visto el sepulcro de Dante y el mausoleo de Gala Placidia. También la tumba de Droctulft, con las palabras que traduzco, añadiendo lo que falta, para que las entendamos todos:
Despreció a sus padres queridos [o sea, su tribu] Porque sus armas, tomando Ravenna, por patria sua.  

Droctulft – continua Borges – “No ha sido un traidor (los traidores no inspiran epitafios); ha sido un iluminado, un convertido. Al cabo de algunas generaciones, los lombardos que lo habían acusado de traición, han procedido igual: se han hecho italianos, lombardos y acaso alguno de su sangre – Aldiger – pudo engendrar a quienes engendraron al Alighieri”. (Jorge Luís Borges - La historia del guerrero y de la cautiva. El texto es retraducción de mi versión rumana.)

Más allá de su historia de la infamia o la de la eternidad, Borges no ha sido historiador: escribía ficciones que luego se convertían en realidad. Y en este caso, se ha equivocado adrede, convirtiendo una realidad en ficción. Para darle la permanencia de las leyendas, más creíbles que la realidad desnuda.

Droctulft no ha sido un traidor, dice Borges, y tiene razón. No se ha traicionado a sí mismo, como persona; pero ha traicionado su estirpe, a los suyos. Peor aún, se ha rebelado y les ha dado muerte, defendiendo un mundo que no era, pero lo ha hecho suyo.
La tumba de Dante

Athanarico, aceptando el juicio de Borges, tampoco ha sido un traidor de montón, ordinario. Hechizado por el resplandor de la civilización, ha optado por ella, igual que Droctulft. Pero su traición – que también existe – es diferente y contraria a la del lombardo. El visigodo se traiciona a sí mismo, para proteger su pueblo, que se moría de hambre y humildad. Bajo Valente, los jóvenes visigodos estaban separados de sus familias, encadenados y llevados, sobre todo a Roma, como esclavos. Roma no hubiera sobrevivido sin esclavos, los peones del imperio. Peones de albañil, peones camineros, de los anfiteatros, de Vía Apia,  del Coliseo...  

El gesto del guerrero lombardo es singular y no cambia el pasar del tiempo. Al contrario, el de Athanarico altera la historia, disminuye las olas migratorias, transforma la cultura nómada y peregrina, en sedentaria y estable; abriendo camino a la civilización.

 La formación de los pueblos en el tiempo se ha desarrollado dentro de la permanencia en el espacio. La determinación de Athanarico es la mejor demostración. El único ramo que ha seguido creciendo en el árbol de los godos, han sido los visigodos. Los 28 (¡veintiocho!) reyes visigodos que han quedado en la historia de España.

Los hunos

La segunda Cumbre Antigua tiene como puente diplomático al mismo duque Máximo, que bajo Valente ha sido el opresor de los visigodos asentados en Tracia.

Es una Cumbre que se desarrolla en dos etapas - una en los Balcanes y la otra en Roma -, el protagonista principal siendo “El látigo de Dios” o sea, el mismo Átila, contemporáneo de Athanarico y, por encima, oriundo de las mismas tierras.

Fiel a su estirpe, Átila tenía un concepto político diferente, muy parecido – paradoja de las paradojas – al cultivado por Bush-padre y Bush-hijo; empecinado en su sueño de ser dueño de todos los mundos.

Persiguiendo este desalmado sueño, había devastado el imperio romano de Oriente por todos los costados, fijando, como cualquier vencedor el precio de la victoria y el valor de la paz. Solamente para no entrar en Constantinopla, en el año 443, ha sido resarcido con 6000 monedas de oro y un tributo anual por valor de 2100 monedas del mismo metal. Hay que entender que no era mucho - tenía casa grande -, pero era inaguantable para los romanos, que trataban de negociar con el rey bárbaro, para no quedarse con las arcas imperiales vacías.

Tarea que el duque Máximo, como embajador al servicio del emperador romano, la consideraba resuelta antes de dejar Constantinopla, con una comitiva impresionante, para acudir a la cita establecida con Átila, en su residencia de Serdica.

Serdica – importa recordarlo -  había sido la capital de la Dacia Mediterránea, fundada por Aureliano, en 271, para disfrazar de victoria una vergonzosa derrota  en la Dacia Trajana. Hoy Serdica se llama Sofia y es la capital de Bulgaria.

 
La espada de Átila

Átila había hecho de la ciudad romana su primera residencia, administrándola según sus leyes que, por buenas y muy acertadas, no pueden ser aplicadas ni siquiera hoy en día, por muchos administradores y políticos.

Pero el duque Máximo se equivocaba y para explicar su gran error apelamos al refranero español, donde hay dos proverbios, los dos bien pensados y muy parejos: hacer la cuenta sin huéspeda, significa ir por la lana y salir trasquilado. El rey huno lo ha recibido con los más altos honores, disculpándose por no atenderle enseguida, muy ocupado con sus cacerías, obligándole a una espera no deseada. De hecho, Átila usaba de sus prerrogativas y le daba a entender que durante las conversaciones, el que tendrá la última palabra será él y no el enviado imperial.

Así, al  mediodía, le ha ofrecido una Comida sobre la hierba, con espectáculo de danzas y canciones, interpretado por jóvenes hunas, agitando pañuelos blancos. Y una Cena de gala, en vajilla de plata y copas de oro. Átila sabía impresionar antes que los impresionistas, con sus famosos Déjuner sur l’herbe.

Durante el almuerzo, el huno ha almorzado en su silla de montar. En la cena, él y los suyos se han sentado en el centro del salón, sobre pajas, comiendo en cuencos de madera. Agasajando a los huéspedes con más música y un hazmerreír africano (error de los cronistas: era escita, entre los últimos), portavoz de crípticos mensajes.

En la mañana, la comitiva de los embajadores romanos se ha preparado para volver a Constantinopla, puesto que las conversaciones no tenían sentido, cada uno conociendo lo que le interesaba. Menos lo que cada uno se ha cuidado en no decir.

Como los de hoy, los diplomáticos de entonces no tenían mandato para decidir por sí mismos, ni debatir sobre ciertos temas. El duque Máximo ha salido de Serdica, sabiendo que Átila no estaba preparado para atacar Roma, careciendo de medios y manifestando un ánimo muy bajo, impropio para su fama. A su vez, el rey huno estaba convencido que Roma era incapaz en defenderse. Puros engaños y desengaños a la vista.

 Bajando por Lombardia, retratándose en un fresco, en el Palacio de Milán, moviendo de noche, de unas colinas a otras, los mismos escuadrones, para que los espías imperiales los multiplique en sus informes,  Átila se acercaba a las murallas de Roma por los caminos del visigodo Alarico. Cantando victoria, en la noche de 24 de agosto de 410, Alarico había recompensado sus tropas, dejándoles la libertad de saquear durante  tres días la ciudad. Toda la ciudad, menos las basílicas San Pedro y San Pablo.

Ahora, con el peligro a las puertas, el Papa León el Grande no ha tenido otra salida que la negociación directa con El látigo de Dios. Acontecimiento que habrá de consumirse en el año 452, cerca de la urbe imperial, los exigencias de la Cumbre siendo establecidas únicamente por Átila el bárbaro. No había aceptado el encuentro en los salones fastuosos de los palacios, no les interesaba y no les apreciaba. Ha elegido los salones azules y sin techo, de los cielos con ventanas abiertas hacia todos los horizontes.

Las negociaciones, como es bien sabido, se han llevado a cabo entre los dos, cada uno en su silla de montar. A caballo. Lo que era propio y natural para Átila, quien luchaba, comía y dormía montado en su equino, pero no para León el Grande quien, dicen las crónicas, por su avanzada edad, había gastado más energía en no caerse de su montura, que en el diálogo propiamente dicho.

Con toda la dificultad y humillación, el Papa se ha adjudicado una victoria que, a cuenta del tributo, parecía una derrota, pero no un terremoto. Átila se ha dado por vencido, volviendo contento por el alto valor del mismo tributo. Que no le servirá para cumplir el sueño de su imperio, sino para desmembrarlo antes de construirlo.      



Podemos considerar la batalla de los Campos Cataláunicos como una guerra entre naciones, puesto que Aecio se ha presentado con todas las milicias romanas y sus aliados, francos y visigodos, mientras que Átila, con sus 600 mil guerreros, tenía a su lado a los gépidos, ostrogodos y hérulos.

Pero para el rey huno, la actuación de Aecio valía más que un ejército y al ser doblegado, no había esperado perdón, mandado erguir una pirámide de sillas de montar, para inmolarse. Solamente que al caer de la noche, Aecio ha retirado a los visigodos, los más numerosos y muy guerreros, desde los tiempos de Athanarico.

Una retirada con doble explicación. Por un lado, Aecio no quería envalentonar a los visigodos, que, envanecidos por haber vencido a Átila, se sentirían los árbitros del imperio. Explicación suficiente para un estratega. Pero por otro lado, ha prevalecido la amistad forjada entre los dos, en Serdica. Donde regresará vencido pero libre. Libre para cumplir con una tarea nunca soñada: desmembrar sus ejércitos.

Tarea parecida – para no perder de vista la Cumbre de Malta - a los acuerdos del desarme entre Bush y Gorbachov. Con iguales o mayores dificultades, puesto que desbandar un ejército de 600 mil guerreros era más complicado que su movilización. Asegurarles los recursos económicos a ellos y sus familias, para volver a la vida civil era muy costoso y también muy doloroso. Todo el tributo conseguido del Papa León el Grande - cuyo valor se desconoce, pero sabemos que ha sido calculado en relación directa con los daños que se evitaban – lo había gastado en el desarme, sin resistir, psíquicamente, a tanta desolación. Una mañana, tras una alargada juerga, su esposa lo ha encontrado sin vida en la cama. En la que muy pocas veces había dormido.



Athanarico - echando cuentas – ha cerrado los ojos por muerte natural, en enero de 381, en Constantinopla y, por voluntad de Teodosio, ha sido enterrado con exequias imperiales. Un monumento, erguido en su honor, cerca del acueducto de Valente, ha desaparecido cuando Mehmet II, El Enterrador de Bizancio, ha sumergido en las aguas del Bósforo la gloria y el esplendor del imperio del Oriente. Era un martes, martes 29 de mayo de 1453. Desde entonces, para los otomanes todos los días de la semana se llaman martes. Así, semana tras semana, meses, anos y hasta siglos, pasan sin progreso alguno.  



Alarico ha desaparecido en Calabria en 410, a tan solo 35 años. No se sabe cómo ha muerto, tampoco se conoce su tumba. Se sabe sí que por orden suya, los esclavos  traídos desde Roma, han desviado las aguas del río Busento a su paso por Cosenza, enterrándole junto con sus caudales. Luego, han devuelto las aguas al mismo cauce. A todos los cautivos que habían hecho la obra, se les ha dado muerte. Para que no se supiera jamás donde reposan sus osamentas y los botines de guerra que, hipócritamente,  se llaman tesoro.

No creo, como dicen las enciclopedias de hoy, que antes de cruzar el Danubio, Athanarico “había ocultado el tesoro real en Petrosani, Rumania”. Era pobre y no tenia sentido recorrer unos 500 kilómetros llenos de peligros, desde el Delta del Danubio hasta Petroşani. Es que los cronistas medievales confunden tiempos. El tesoro oculto bajo el lecho del río Strei, cerca de Petroşani, era de Décebalo, rey de los dácios y su descubrimiento se debe al traidor Bicilis. Y los cronistas de posmedievales confunden geografías. El tesoro de los [visi] godos ha sido descubierto en una colina de Istriţa, en Petroşiţa, cerca de Buzău, lugar colindante con las tierras habitadas por los visigodos.



Aecio – para no olvidarle -, tan odiado pero no detestado por Gala Placidia, ha sido asesinado, tras la batalla de los Campos Cataláunicos, por Valentiniano y no se le ha brindado el honor de un entierro digno para un héroe de su talla.



Gala Placidia, hija de Teodosio, nacida en Constantinopla, en 392, ha fallecido en Roma, en 450, y es poco seguro que haya sido enterrada en el  mausoleo que lleva su nombre en Ravenna. Pensado como Oratorio para la Iglesia de Santa Cruz, queda famoso por sus mosaicos, mejor conservados de aquellos tiempos. 
El mausoleo de Gala Placidia
Había soñado ser dueña absoluta del Occidente, deseando el poder a todo precio. Se había casado con el rey godo Ataulfo, era casi goda en sus actuaciones, pero, por educación, ha quedado fiel a la cultura del Oriente, logrando traer e implantar en Ravenna, la arquitectura y  el esplendor del estilo bizantino. Se supone que de los tres sarcófagos que hay en el edificio, el que esta en el centro era suyo. Por descuido, en 1577, un incendio  ha quemado su contenido.

El sueño de Gala Placidia será cumplido, un siglo después, por Teodora, esposa de Justiniano. De condición humilde  y mocedad dudosa, ambiciosa, inteligente y astuta, llegará a ser la más venerada emperatriz de Bizancio.   



Atila, después de muerto, ha muerto más veces, y de varios modos, puesto que las falsas leyendas lo han llevado por todas partes. Lo cierto es que se había retirado en los campos de Panonia, pero no en sus llanos fértiles, sino más al norte, en el desierto de las estepas (pusztas). Los húngaros que pretenden ser sus descendentes, dejan el sitio de su última residencia sin localización precisa: en las campiñas, cerca del rió Tisza.

Átila era “altivo y desdeñoso; mirando de un lado a otro, manifestaba fuerza y voluntad. Era belicoso y, sin embargo, reservado en sus acciones, decidido en el consejo, bueno para con los humildes y generoso con los que recibía bajo su protección; corto de estatura, de anchas espaldas y cabeza grande; sus ojos eran pequeños, su barba fina y salpicada de canas; y tenía la nariz chata y la tez oscura, señalando su origen oriental”.

Reproduzco su retrato de las páginas del historiador godo Jordano y pienso que no por nada le ha querido tanto la princesa romana Honoria, que le ha hecho llegar su anillo de desposada, ofreciéndose unirse en legítimo matrimonio con El Látigo de Dios.

  Así estoy mirando su retrato, en el encuentro con el Papa León el Grande, pintado por Rafael el Divino. Un encuentro de importancia histórica decisiva para el destino de los futuros pueblos europeos. Mas que las conversaciones entre Athanarico y Valente, llevadas a cabo sobre las aguas nocturnas del Danubio.

La escena real ha sido transfigurada en 1514, por el artista urbinense, quien, después de un milenio, no ha tenido reparo en corregir la verdad. Porque la historia no registra hechos posteriores, ni aprecia desde esta perspectiva, acontecimientos susceptibles de reproducir a los anteriores.

Respetando parcialmente las crónicas del tiempo, Rafael presenta en la parte izquierda del fresco (desde donde empieza la escritura y la lectura) la figura del papa acompañado por una comitiva modesta – ocho personajes, entre ellos un cardenal que lleva la cruz – y en la parte derecha el retrato de Átila – casco adornado con penacho rico, propio de los bárbaros – rodeado de una numerosa escuadra, bajo un estandarte color brasas apagadas, mas bien dragón que oriflama, mas dos enseñas azules, mensajeras de la esperanza de la paz.
Rafael - Papa León el Grande y Átila
La naturaleza es escasa, presente solamente a las espaldas del rey huno y allá, lejos, a la izquierda del Sumo Pontífice, la ciudad sugerida por templos y basílicas, signo de la civilización protegida por la fe transfigurada en los dos apóstoles, portadores de llaves y espadas.

Sobre su caballo blanco, revestido de oro, León el Grande bendice a Átila y este, sobre su equino negro, tiende la mano con la palma abierta, mientras en un plano secundario se dejan oír dos trompetas de plata. Todo es movimiento, alegoría y símbolo.

Muchos de los visitantes del Salón de Audiencias admiran la juventud, la devoción y la viveza del Papa, pero muy pocos saben que, de hecho, sobre el caballo blanco esta León X, de Médicis y no León I el Grande, el verdadero protagonista.

Así se lo ha pedido al artista el Papa Julius II (Giuliano della Rovere), cuyo retrato se en los otros tres frescos del salón, representando hasta a San Pedro. Así ha leído el pintor urbinense este encuentro que, como el de Athanarico y Valente, ha abierto un camino desconocido, recorrido por Europa bastante tarde.


No hemos elegido las dos Cumbres de antaño al azar, sino después de  escrutar otros acontecimientos semejantes, llegando a la conclusión que los que hemos tratado han sido trascendentales de verdad, con consecuencias europeas y resultados a la vista hoy en día. Una casualidad si que ha influido en ello, pero en un segundo plano, siendo más bien una sorpresa sentimental muy agradable, con sus significados subyacentes.
Los principales protagonistas de los eventos han salido hacia sus hazañas guerreras desde Dobrudja, sobre todo del Delta del Danubio. Comarcanos todos, contemporáneos y casi coetáneos, que han hecho cambiar las horas en los relojes de Europa,  tal como las cambiamos siempre cuando cruzamos los husos del globo terrestre.
Tierras de mucha historia, las de Dobrudja, en cuanto a la formación del pueblo rumano. Tierras que van desde el norte de Transilvania, el corazón de la Dacia Trajana, y llegan a las ciudades griegas del Mar Negro. Hasta Durostorum (casa de Aecio - hoy Silistra) y Dionysopolis (hoy Balchik), o mas al sur, hasta Mesambria y Apollonia.
La comunicación del espacio cárpato-danubiano con las tierras cercanas de los Balcanes, había sido continua y fluyente - antes de entrar en la escena Athanarico, Átila, Alarico o Aecio – sin que ello supiese agresión ninguna, sino convivencia creadora de una entelequia anímica (Weber), donde la influencia del horizonte espacial fomenta     la calidad materna del paisaje (Spengler).
Un tópico – invento de un político genial pero malévolo – sostiene que estas tierras producen más historia de la que pueden consumir, ignorando dos cosas: a) que no todo el tiempo es historia y b) que una gran parte de ésta les ha sido traída desde afuera, impuesta a conciencia y a la fuerza. Las dos Guerras Mundiales, por poner un ejemplo, han empezado en los Balcanes, pero no han sido producidas por ellos.
Tampoco, para volver a nuestros días, el sinnúmero de guerras preventivas, con sus trágicos daños colaterales y fuego amigo (o sea, muerte pura) no han sido plasmadas por las melancolías piadosas de Dalmacia, sino - ¿por qué no decirlo? – en las praderas - sin bisontes, pero con muchas armas -, de California.
El genial político europeo – por sus señas, Winston Churchill -  ha ignorado también una verdad más grande que los Balcanes mismos: los pueblos bárbaros – que no han sido pocos –  se han asentado en la región, trayendo con ellos lo único que tenían, es decir, el tiempo. Que no había sido historia pero querrían que lo fuera. Querrían que sea vivido de nuevo, para que esta vez fuese historia. Aspiración imposible puesto que Churchill había calculado quien podrá consumir en el futuro el tiempo pasado. Prueba de ello, tenemos la famosa chuleta que, a principios de febrero de 1945, antes de la Conferencia de Yalta, en un encuentro secreto con Stalin, el almirante ingles le ha entregado al mariscal ruso el reparto de las influencias políticas en los Balcanes, tal como han funcionado: Rumania – 90% para Rusia, 10% para los demás; Grecia – 90% para Gran Bretaña, 10% para el resto; Yugoslavia – 50/50, con interrogante; Hungría – 50/50 % y Bulgaria – 75% para Rusia, 25% para el Occidente. Stalin ha dado su visto bueno y Churchill, un poco incómodo le habría aconsejado romper el documento. –No, ha dicho Stalin, conservátelo.   
 
La chuleta de Churchill
Vivir más tiempo no significa, en este caso, revivirlo, sin volver sobre lo vivido. Tratar de rescatar lo que habría podido ser y no lo ha sido, o no se ha cumplido por completo.
Entramos así en  plena ucronía, en la reconstrucción utópica de la historia y descubrimos lo que hubiera contrariado a Charles Renouvier, fundador de esta tesis tan pertinaz, expresión de la insondable condición humana. Descubrimos que, a veces, el carácter accidental y contingente de un proceso histórico que no se ha dado en un espacio susceptible de producirlo, sino en otra parte, como copia de un original perdido, antes de existir.
Esta “copia” es la ciudad de Venecia. Un milagro que, como todos los milagros, ha llegado por el aire, desde Bizancio y se ha asentado en la laguna del Adriático. Todo lo que es Venecia, lleva el aire del Imperio de Oriente, que la había cuidado al nacer. Más la fe de sus artífices. Sin fe, sin religión y devoción, Venecia un hubiese nacido.
No entraremos en los pormenores. Los milagros no tienen contenido en sí. Pero merece resaltar algunos. Ahí está La Plaza de San Marcos, con El Campanile de ladrillo rojo para orientar a los navegantes. Ahí está La Catedral de San Marcos, donde reposan las osamentas del evangelista, traídas de Alejandría.

La Plaza de San Marcos

Ahí está la Torre dell’Orologio, el orologio como tal, El León de San Marcos, símbolo y emblema de Venecia y la Terraza de los Moros, golpeando, alternativamente, la campana – uno para anunciar, dos minutos antes de la hora exacta, el tiempo que ha pasado y el otro, dos minutos después de la hora en punto, para dar aviso de el tiempo que vendrá. Ahí están Los cuatro caballos de cobre que parece bronce; atelaje traído desde El Hipódromo de Constantinopla, tal como ha sido esculpido en el Siglo de Pericles. Obra de uno de los cuatro artistas de genio: Lisipo, Praxíteles, Mirón o Fidias.
Ahí están los artistas, pintores, arquitectos, músicos, nacidos en Venecia u otros lugares, o fallecidos en ella. Tiziano, Tintoretto, Giorgione, Veronés, Tiépolo, Giovanni Bellini, Canaletto, Vicenzo Scamozzi, Pietro Lombardo, Jacopo Sansovino, Baldasare Longena, Mouro Codussi. Ahí estan Antonio Vivaldi, nacido en Venecia, muerto en Viena; Richard Wagner, nacido en Leipzig y muerto en Venecia; Igor Stravinsky, muerto en Nueva York, pero que ha querido ser enterrado en Venecia...
 
El campanille
Ahí está Napoleón, que tras el justo elogio sobre La Plaza de San Marcos como el salón más bello de Europa, se ha llevado a Los cuatro caballos para coronar El Arco de Triunfo de Paris, devolviéndolos, 16 años mas tarde, a Venecia para continuar a la vista de todo el mundo, su trote milenario.
Ahí está Athanarico que, para no ha traicionar a su pueblo, no ha arrasado la ciudad de Constantinopla, en el año 378, dejando que el emperador Teodosio siga defendiendo el Imperio de Oriente, como lo habían hecho, uno tras otro, sus 107 emperadores, de los cuales solamente 37 han muerto en sus camas.
Esto es el Bizancio que ha venido  por el aire y se ha instalado en la laguna del mar Adriático. Cenizas, después de que el Islam ha cruzado el Bósforo. Cenizas como argamasa, para levantar de nuevo, en otro lugar, los muros del Bizancio. Porque así ha sobrevivido el Bizancio. Ocultas a la mirada, sus ruinas existen. Basta con saber aventar y soplar: el rescoldo se convierte en brasas y las ruinas se incendian. Las llamas cubren todos los Balcanes y otras tierras más. Tocan Ravenna y Venecia y llegan, cruzando los Cárpatos rumanos hasta Kiev y Moscú.
 
Los cuatro caballos
Ahí en Venecia, después de Athanarico, está Átila y los venetos. Quienes, nada más asomarse el rey huno en la Lombardia, en el año 412, se han salvado escondiéndose  en los pantanos del Adriático, en las malezas, sobre los islotes de los juncales, entre espadaña. Luego, al llegar las olas germánicas, para defenderse mejor han juntado las pequeñas islas entre sí, levantando puentecillos. Unas 118 islas y 150 canales; todo unido por 455 puentes para construir Venecia. Para resistir al oleaje de los bárbaros y a la acqua alta es decir, a las mareas, que a veces inundan  la ciudad hasta muy arriba.
Mientras tanto, el Delta del Danubio, sigue apacible, recibiendo en su tres brazos (otrora cinco) las aguas del Dunaris, antes de desembocar en el Mar Negro.
Rústica, fascinante y fabulosa, con sus riquezas mal aprovechadas hasta hoy en día, nuestra Venecia ha sido la primera casa de Átila y Athanarico y otros bárbaros más.
Dacia
 En comparación con la Venecia única, a la nuestra le faltan unos doce siglos de desarrollo, que no podrá recuperar jamás. Pero con una ventaja fundamental: mientras el mar Adriático seguirá inundándola, con el peligro de sumergirla, el Delta avanza cada año unos 18  centímetros hacia el mar.
Cuento hecho, antes de llegar a las orillas de Malta, todos pueden elegir entre Athanarico y Átila y entre Mijail Gorbachov y George Bush. Venecia por medio.

Bucarest/Madrid – 2010-2014

Última hora: El espectro de un conflicto civil entre proucranios y prorrusos, fomentado subrepticiamente por el Occidente, planea sobre Ucrania. En uno de los enfrentamientos recientes, los primeros han acorralado a los segundos, refugiados en la Casa de los Sindicados de Odesa. Han tapiado puertas y ventanas y les han prendido fuego. Con un balance de al menos 31 muertos.
      Un crematorio nazis. Espeluznante. Espeluznante el silencio de Europa.
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© Darie Novaceanu - 2014